29 marzo, 2024

24 de Marzo: feriado para autolacerarnos

(*) Por Alberto Asseff

El feriado del 24 de marzo patentiza nuestra vocación para autolacerarnos. Para azotarnos y flagelarnos. Ningún pueblo de la tierra declara feriado a una fecha que concita gravísimos desencuentros y rencores. Imaginemos por un instante que los rusos conmemoren con un feriado la caída de Stalin o los norteamericanos el inicio o el fin de la guerra de Vietnam, ambos bajo el supuesto de no repetir el horror. Sería inconcebible porque esas y otras naciones están llenas de errores, pero no incurrirían en el dislate por decreto o, peor, por ley. Son sociedades maduras que saben dar vuelta a las páginas oscuras de sus historias.

El 24 de marzo de 1976 fue la fecha en la que colapsó una ilusión: Un Perón que volvía ‘desencarnado’ para lograr la gesta de la unidad nacional y dar el puntapié inicial de un ciclo histórico fructífero de progreso. Su muerte y el protagonismo del dúo Isabel-López Rega, junto con la tétrica y feroz lucha de facciones del peronismo – dirimida a los tiros -, echaron por tierra esa expectativa dando lugar al golpe de Estado.

La dictadura echó mano a la clandestinidad para abatir al terrorismo y paralelamente ejecutó una política económica presuntamente aperturista que se sustentó en el trípode dólar barato, endeudamiento externo fácil y desindustrialización. En 1981 sufrimos uno de nuestros consabidos y recurrentes estallidos financieros y, a la par de la derrota dolorosa de las Malvinas, la dictadura se desplomó cual castillo de arena.

¿Qué recordamos el 24 de marzo? Un fracaso de los argentinos. Redonda frustración, en la que todos salimos perdidosos, aún habiéndole torcido la mano al terrorismo. El único éxito, pero obtenido a un altísimo costo. Perjuicio que hoy mismo sigue embargando la Defensa Nacional porque, a pesar de ser un mandato preambular de la Constitución, la revancha antimilitar subsiste. Así, somos la paradoja universal: octava superficie política del planeta, con cuantiosísimos bienes para custodiar y asegurar, pero en la más completa indefensión.

El 24 de marzo no es ajeno a la lastimosa grieta que nos lesiona como colectividad nacional. Nadie puede refutar que, aunque pueda ser funcional para un triunfo casi pírrico en algún comicio, la grieta conspira contra todo, desde la paz interior – también una manda constitucional – hasta la prosperidad, que igualmente promueve nuestra máxima ley ¿Qué capitales se quedan y cuáles vendrán a un país plagado de conflictos, sembrado de odios, dividido hasta la virulencia? ¿Es casual que un grupo minúsculo de mapuches radicalizados proclamen una ‘nación autónoma’ en la Patagonia norte? ¿O que ahora irrumpan wichis militarizados en el El Impenetrable chaqueño? Ya no estamos dejando hendijas, sino que abrimos compuertas inmensas para que nuestro país se torne fallido. Es para el digesto de perplejidades: una comarca de las mejores dotadas, humana y materialmente, de todo el orbe que deviene en inviable cual país liliputiense, uno de esos que el colonialismo dibujó en el mapa antes de aparentar marcharse.

Es inadmisible que subsista otro año más un feriado insensato, que hiere al sentido común. El 24 de marzo no hay nada que recordar, conmemorar y menos festejar. En las escuelas hay que enseñar matemáticas – en las que estamos peligrosamente rezagados – y mucho más, poniendo fin a la pérdida de tiempo con clases alusivas a hechos que mantienen abiertas heridas que hacen mucho debimos cauterizar. A los niños y adolescentes hay que enseñarles a amar al país y darles conocimientos y herramientas para la Argentina que tiene que venir y sus desafíos. No hay que impartir aversión en la escuela. Hay que brindar amor al conocimiento.

Los derechos humanos se consolidan respetándolos. Lo primero por hacer en este plano es desarticular la violencia. Por caso, la que transita por las redes (anti) sociales. Persistiendo en la venganza y la animadversión por el otro se fogonea la violencia y con ella se apuñalan a los derechos humanos de hoy y de mañana.

Los feriados de una nación son integradores. Si alguno divide hay que abrogarlo. Antes de que se osifique el odio, debemos actuar. El 24 de marzo no va más. Van sí, los derechos humanos, pero sin banderías, porque son de todos. Para que los disfrutemos todos.

(*) Exdiputado nacional; presidente del partido UNIR.