29 marzo, 2024

Landrú: vida y obra de un humorista gráfico

En un nuevo aniversario del nacimiento de Juan Carlos Colombres, más conocido como Landrú, recordamos la historia del dibujante argentino que expresó sus opiniones a través del humor.

Fue el primer libretista de Tato Bores y llegó a colaborar para 15 revistas al mismo tiempo. Fue invitado por el gobierno de Estados Unidos a recorrer el país, viaje en el que conoció a Walt Disney, y nombrado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, entre otros premios y reconocimientos que obtuvo. ¿Cómo se convirtió Juan Carlos Colombres en Landrú? 

El dibujante nació en el 19 de enero de 1923 en la Ciudad de Buenos Aires, y fue parte de la misma generación constituida por otros grandes humoristas gráficos argentinos como Quino, Lorenzo Amengual, Guillermo Mordillo, Copi, Lang, Oscar Conti (Oski) y otros.

En la escuela primaria realizó sus primeros dibujos. Tenía solo 7 años cuando creó una revista de historietas y chistes que repartió entre sus compañeros de clase, y 16 cuando escribió e ilustró en un cuaderno Avon espiralado, una biblia apócrifa llamada Génesis Novísimo, que trataba sobre la teoría de la formación de la Tierra y el origen de los hombres. 

En 1943 ingresó a la Facultad de Arquitectura, que abandonó dos años después. Su recorrido profesional comenzaría en 1945, con la publicación de su primer dibujo en la revista Don Fulgencio, dirigida por Lino Palacio. Un año después, en 1946, comenzó a hacer humor político en la revista Cascabel. Una década más tarde, en 1957, creó la revista Tía Vicenta, con una tirada de 50 mil ejemplares. Con esta publicación el éxito llegó velozmente: se trataba de un semanario en el que, además de Landrú, publicaban textos y viñetas humoristas como Quino, Garaycochea, Basurto, Faruk y César Bruto, entre otros. En 1966, Tía Vicenta salía como suplemento semanal del diario El Mundo, que de 200 mil ejemplares aumentó a 300 mil el día en que se publicó. Sin embargo, ese mismo año la revista fue censurada y clausurada por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, que había sido caricaturizado por Landrú.

¿Qué enojó tanto al dictador? La figura de la morsa que usó para personalizarlo, siguiendo el apodo que se le daba en varios sectores de la sociedad. Para combatir la censura, el dibujante decidió editar Tía Vicenta pero con otro nombre. Así, también en 1966, salió María Belén, otro suplemento del diario El Mundo. Y dos años después apareció la revista Tío Landrú.

Para la década del ’70, Colombres ya tenía una sección en la revista Gente, donde se burlaba de la sociedad (principalmente del «medio pelo» y de los nuevos ricos), colaboraba en la revista dominical de La Nación, con la sección “Los grandes reportajes de Landrú”, y comenzaba a colaborar en Clarín.

Su obra se destacó por el humor irónico, la elaborada burla a ciertos modos de pensar característicos de la sociedad argentina del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI; una sátira a la vez sutil y descarnada en la cual criticaba a todos los niveles sociales con una serie de personajes paradigmáticos creados para ese fin.

Algunos de ellos eran Tía Vicenta, el señor Porcel, el señor Cateura (un sujeto humilde que pretendía a toda costa el ascenso económico y quería aparentar un elevado nivel cultural), Rogelio, el hombre que razonaba demasiado (un paranoico que representaba los temores de la burguesía), María Belén y Alejandra (dos jóvenes frívolas, de alto poder adquisitivo). El humor escrito se enriquecía con la erudición que caracterizaba a Landrú y su exhaustivo conocimiento de la realidad política nacional e internacional.

Sus primeros dibujos los firmó como JC Colombres; luego siguió firmando como JC, hasta que eligió el seudónimo Landrú, porque el humorista Faruk lo comparó físicamente con el célebre asesino serial de mujeres francés, Henri Désiré Landru. Según contó en una entrevista, adoptó el apodo, además, porque nació el mismo día que el asesino Landrú fue ejecutado en la guillotina.

Uno de los rasgos más típicos en sus caricaturas gráficas era la presencia de un gato de sonrisa amplia y ojos abiertos con mirada burlona cerca de la firma, como marca registrada del humorista. El gato –que quedaría bautizado como «el gato de Landrú»– apareció por primera vez el 16 de abril de 1946 en la revista Don Fulgencio, y se convirtió en uno de los personajes favoritos del dibujante, así como uno de los más solicitados por el público: cuando no aparecía en las viñetas de Landrú, los lectores escribían preguntando y exigiendo que el gato volviera a aparecer.

La aparición del gato de Landrú, se cree, tiene motivos más vinculadas con cuestiones técnicas: dado que el papel que se usaba en esa época era de mala calidad, las notas de otras páginas se traslucían en los dibujos, entonces, para contrarrestar eso, el humorista decidió “rellenar” sus viñetas con pajaritos, nubes, un perro o un gato. Con el transcurso del tiempo, y la simpatía que el personaje se ganó por parte de los lectores, el gato se convirtió en un personaje imprescindible en sus chistes.

Una vez Landrú declaró en un diario de Paraguay: “El gato es casi mi firma. Si no lo pongo ahí me resulta como si hubiese ido a un baile de smoking y descalzo”, la importancia que adquirió el felino llevó a que su figura se inmortalizara en un mural que forma parte del Paseo de la Historieta de la Ciudad de Buenos Aires.

Landrú murió el 6 de julio de 2017, a los 94 años. Dejó una producción extensa y singular, parte de la cual había compendiado en el libro ¡El que no se ríe es un maleducado!, que publicó tres años antes, en 2014. A fines de este mismo año sus familiares crearon la Fundación Landrú, una organización sin fines de lucro que tiene el objetivo de “rescatar, preservar, recrear y difundir la obra de Landrú como parte de la cultura de los argentinos”.

Foto portada: Infobae (Ministerio de Cultura)