10 octubre, 2024

Llegan (tarde) las vacunas, pero la inflación prevalece como problema

La pandemia sigue condicionando todas las medidas oficiales, mas una luz de esperanza abre la llegada de más vacunas. El efecto electoral de ese factor y las negociaciones oficiales signadas por un alineamiento argentino alejado de Occidente. Por José Angel Di Mauro

Fue un cambio de fase de los más previsibles, lejos de aquellos que generaban tanta expectativa, durante la cuarentena eterna y con el trío “Nación – Provincia – CABA” en cadena nacional. Esta vez ya se sabía de antemano que todo volvería a como era antes de la vuelta a fase 1, y es más, que el próximo fin de semana volverán las restricciones extremas.

Por eso no hubo esta vez cadena, ni siquiera video en las redes sociales. Si bien el gobierno nacional volvió a ser acicateado en alguna medida por quienes consideran que cerrar todo es la opción más convincente para resguardarnos, esta vez hizo oídos sordos. Como confesó una fuente cercana a la cocina del poder en la Rosada el jueves, “no hay margen para mantener la fase 1”. Y no por razones sociales y económicas; no solo por eso al menos: es que en la Rosada y Olivos han tomado nota de que la credibilidad presidencial atraviesa una prolongada curva descendente, razón por la cual no cumplir lo prometido el viernes anterior sería más que un tiro en el pie (otro más). Y en el mismo sentido es que resolvieron no hacer anuncios formales. ¿Qué decir puntualmente, si los resultados de estas medidas recién se verificarán en 10 o 15 días?

De haber hablado, el Presidente debería haber anticipado lo dicho, que el próximo fin de semana volverá el confinamiento y, sobre todo, que a lo sumo en dos semanas se apelará nuevamente a implementar la fase 1. Y así, con aperturas y cierres, transcurriremos el invierno tan temido. ¿Para qué hablar entonces? Esa es la estrategia que se maneja en lo más alto del poder.

Sí habló Horacio Rodríguez Larreta, para cumplir en su caso también con su palabra: este lunes volverán las clases presenciales en la educación inicial y primaria. Cosa que también ya se sabía de antemano, por lo que confiaban los funcionarios en privado y, sobre todo, por los mails que fueron recibiendo el viernes los padres de alumnos porteños a los que se les adelantaba así la reanudación de las clases. Y cuando hablamos de “reanudación” eso es bien concreto, porque a diferencia del resto del país las autoridades porteñas decidieron que no hubiera clases virtuales tampoco estos tres días, con la promesa de recuperarlos en diciembre; una decisión que no terminó de convencer ni a propios, ni a extraños, al punto tal de generar quejas por lo bajo en el propio Juntos por el Cambio.

Previsiblemente el gobierno porteño recibió las críticas de parte del oficialismo por diferenciarse de esta manera con la presencialidad, y en la Casa Rosada el viernes se escuchaban voces muy críticas, adelantando que todo lo malo que pueda suceder en cuanto a la pandemia en el AMBA será atribuido a esta decisión.

Poco afecto a la confrontación, esta es una pelea que Rodríguez Larreta da gustoso, convencido de que la mayoría de los padres y los propios alumnos reconocen que la presencialidad en la educación es indispensable. Un estudio difundido esta semana por Poliarquía podría inferir lo contrario a partir de que expresa que el 46% evalúa de manera positiva la calidad de la educación virtual que están recibiendo de la escuela sus hijos. Sin embargo las respuestas ante otra pregunta son lapidarias: el 79% de los padres consideran entre “poco y nada eficaz” la educación virtual.

El 57% considera que la “menor calidad de enseñanza” es el principal problema de que sus hijos no asistan presencialmente a la escuela. Un 18% opinó que la virtualidad genera problemas en la sociabilización y/o comportamiento; y un 11% se quejó por la desorganización familiar que ello genera.

Un último dato de los muchos que revela esa encuesta: un 23% respondió de manera afirmativa ante la pregunta de si alguien del hogar tuvo que dejar de trabajar o reducir la jornada laboral para cuidar a sus hijos en el horario en el que antes iban a la escuela.

La buena noticia es que los últimos días comenzaron a llegar un número importante y (sobre todo) constante de vacunas. Rusia comenzó a liberar con mayor regularidad embarques de la Sputnik, incluso -por fin- segundas dosis; finalmente comenzaron a llegar las vacunas de AstraZeneca elaboradas en Argentina y completadas en México, más otra remesa del fondo Covax; y se firmó un contrato con China para 6 millones de Sinopharm.

Los datos son alentadores, pero claramente tardíos, a pesar de que el gobierno celebre como una victoria poder contar con una cantidad de vacunas que en rigor es poco más de la mitad de dosis respecto de lo que el Presidente había anticipado que contaríamos en febrero.

Con todo, la gente es más autocrítica que el gobierno ante la pandemia. El 55% atribuye el crecimiento de la ola de contagios a que la población no se ha cuidado, según un estudio de D’Alessio Irol / Berensztein. El 24% lo relaciona con la falta de vacunas y un 12% a la falta de eficiencia del gobierno.

Eso sí, el 60% termina asignándole al manejo ineficiente del gobierno la no llegada de vacunas: o porque no sabe cómo conseguirlas (33%), porque los laboratorios desconfían del cumplimiento de pago (13%), o porque se prefiere por motivos ideológicos y/o de conveniencia económica (14).

Ahora bien, la mayoría de las críticas tal vez se apaguen en la medida en que la población vaya siendo vacunada. Como ese trámite se irá completando a medida que se acerquen las elecciones, ¿la vacuna terminará siendo un factor electoral desnivelante? El politólogo Andrés Malamud lo relativiza: “Hoy el gobierno puede perder las elecciones porque faltan vacunas; dentro de dos meses por la inflación”, advierte.

En efecto, el factor económico tiene cada vez más peso en la conciencia de los argentinos. Prueba de ello es la resistencia a volver al ASPO. Porque muchos ya se vacunaron, o por lo que sea, lo cierto es que la mayoría le teme más al colapso económico personal que al contagio, aunque esto último ponga en riesgo la vida misma. En ese marco el papel del ministro de Economía en referencia a la inflación pareciera ser gris. Martín Guzmán ha vuelto a ser “el ministro de la deuda”, correspondiéndole a otros (Matías Kulfas, Paula Español) la tarea de contener ese flagelo. Las consecuencias de descentralizar el Ministerio de Economía ya las vivió en su momento Mauricio Macri y Alberto Fernández parece reincidir en el error de su antecesor al que aborrece. El pensamiento de Guzmán en esa materia no parece ser muy tenido en cuenta. El propio Alberto Fernández reveló una teoría en la que difícilmente coincida su ministro: atribuyó el fenómeno inflacionario a “un problema de conciencia social”, y comparó al país con un alcohólico que necesita que no le muestren más alcohol. Es lo que según dijo en sendos reportajes de esta última semana, “siempre le decía a Néstor” Kirchner. Eso y que somos “un país punk”, porque reivindicamos la frase de que “no hay futuro”. ¿Será verdad que eso le decía al expresidente, o reescribe sus diálogos? Lo mismo da.

Hoy el gobierno puede perder las elecciones porque faltan vacunas; dentro de dos meses por la inflación”, advierte Andrés Malamud.

En la entrevista con la CNN, Fernández aseguró que “el equilibrio fiscal salió de los manuales de la ortodoxia económica”, que por otra parte afirmó que “no existe más en el mundo”. Eso estaría por verse, pero tal comentario le sirvió al Presidente para justificar las posturas del oficialismo en el Senado, que le envió el año pasado una carta al FMI y hace un par de semanas le marcó el rumbo a Guzmán y al gobierno respecto a la utilización de los fondos extra que recibirá la Argentina de parte de ese organismo. “La verdad es que lo que dice el Senado está bien”, insistió Alberto.

También pareció ponerle condiciones un grupo de dirigentes, sindicalistas e intelectuales kirchneristas que difundieron el 25 de mayo una proclama donde detallan pautas para la renegociación de la deuda argentina. El documento tiene letra de la diputada Fernanda Vallejos, que es una de las preferidas de la vicepresidenta y le marca la cancha claramente al gobierno, y en especial al ministro de Economía, sugiriéndole entre otras cosas suspender los pagos al FMI y el Club de París mientras dure la emergencia sanitaria.

Distintos observadores admitieron de todas formas que lo que dice ese extenso texto tranquilamente puede ser tomado como pensamiento de Fernández. Al menos en lo que respecta a lo que dice pensar desde que se sabe presidente. De todos modos no pareció un buen antecedente para la charla que mantendría al día siguiente con la líder alemana Angela Merkel, a la que se le pidió apoyo para la postura argentina en la renegociación con el Fondo.

De Alemania y el resto de Occidente nos diferenciamos inmediatamente después con dos decisiones adoptadas en días consecutivos: al retirarse Argentina de la demanda contra Nicolás Maduro ante la Corte Penal Internacional en La Haya; y al día siguiente al votar en la ONU a favor de crear una comisión para investigar las presuntas violaciones a los DDHH cometidas por Israel al enfrentar los ataques de Hamas. Una decisión que distancia al gobierno argentino de Estados Unidos y Europa en un momento clave. Votaron en contra precisamente Alemania, Reino Unido y hasta Uruguay, mientras que se abstuvieron países como Francia, Italia, Japón y Brasil.

Argentina votó junto a Armenia, Bahrein, Bangladesh, Bolivia, Burkina Faso, Costa de Marfil, Cuba, Eritrea, Filipinas, Gabón, Indonesia, Libia, Mauritania, México, Namibia, Paquistán, Senegal, Somalía, Sudán, Uzbekistán, Venezuela, China y Rusia. Todo un reposicionamiento estratégico mundial. (Parlamentario)